Ayer soñé que me encontraba en medio de un gran mar. Un mar hermoso y muy amplio... demasiado bonito para ser real. No hacía falta adivinar que no había nadie más, ni nada más que importara tanto como aquel mar. Solamente el mar y yo. Me encontraba flotando, relajado... tranquilo. Al cabo de unos minutos mis fuerzas comienzan a agotarse de manera muy paulatina y cada vez más sentía cómo el movimiento de las olas abatían las pocas ganas que me quedaban de seguir viviendo. Mis ropas cada vez pesaban más y sentía el agua pasar por dentro de la camisa... tan suavemente que me costaba apreciar la caricia que el mar me ofrecía. El cielo estaba despejado, ni una nube ni tan siquiera un pájaro que acompañara mi muerte. El Sol castigaba mi cabeza como si de un martillo abrasador se tratara y sentía que ya era muy tarde para volver atrás, entonces, en ese preciso instante...
...me hundí.
Noté el agua invadir la parte de mi cuerpo que tocaba la atmósfera, y poco antes de introducirme en el agua totalmente... tomé aire. Sentía cómo iba descendiendo muy lentamente, adentrándome en unas aguas oscuras y desconocidas. Aunque, a pesar de ello, un sentimiento placentero me recorría todo el cuerpo. Iba a cambiar de vida... ya nada será como antes. Vi que el Sol, que antes maltrataba mi cabeza con crueldad, ahora no era más que una pequeña luz que poco a poco, cuanto más descendía, se iba haciendo más y más tenue, creando una inseguridad y una incertidumbre que sólo el mar sabía crear. El poco oxígeno que me quedaba para sobrevivir se escapaba y veia cómo se alejaba hacia la superficia sin ni siquiera cumplir su función. Si... aquella noche me hundí... en tu cuerpo.